Wednesday, July 13, 2005

El abrigo viejo

Paul despertó esa mañana de jueves porque un rayo de sol caía directamente sobre su almohada. Le pareció extraño que estuviese la cortina corrida, y le molestó, pero cuando se giró para pedirle explicaciones, Marla no estaba. Y eso le pareció aún más extraño.

Marla nunca se levantaba de la cama antes que él. Si se despertaba, simplemente se quedaba mirándolo mientras dormía para, como decía ella cuando la descubría, intentar recordar porqué se enamoró de él. Aunque a Paul eso siempre le había molestado, el cambio en las costumbres que suponía su ausencia aún le molestó más.

Cruzó el pasillo hasta el salón y miró en la cocina. Nada. Quizás había salido a comprar croissants para el desayuno. Hacia años él solía hacerlo los domingos, esforzándose para llegar y llevárselos a la cama antes de que ella abriera los ojos. Le encantaba ver su cara de sorpresa. Aunque estaba convencido de que la mitad de las veces ella no dormía, simplemente fingía hacerlo. Pero hoy no era ningún día especial. Pensó un rato en ello pero ya no recordaba exactamente cuando fue la primera cita, ni el primer te quiero, ni ningún posible aniversario que justificara semejante sorpresa.

Miró en el recibidor y algo le llamó la atención. El viejo abrigo rojo de Marla estaba allí. Se lo regaló él en una de las primeras citas cuando al pasar por el escaparate de una tienda que ya no existe, ella se paró a mirarlo. De eso hacía ya unos años pero ese precioso abrigo rojo de lana con enormes botones redondos de plástico seguía protegiendo a Marla en los días fríos como hoy. Había sobrevivido a modas y tendencias, a lluvias y nevadas e incluso a veranos de intenso calor dentro de un armario.

Marla lo había llevado puesto el día que él le presentó a sus padres, la semana que estuvieron en Londres de viaje por primera vez, la noche en que les atracaron al salir del restaurante, y esa mañana tan fría al salir de la clínica, después de saber que nunca podrían tener hijos. Era incapaz de comprender como podría haber salido ella hoy sin él.

Se sentó en el sofá y esperó. Hubiese comido algo pero la verdad, no sabía donde guardaba Marla el pan ni la mermelada, ni mucho menos la tostadora. Estaba preocupado y eso le iba quitando el hambre. Vio que la mesa estaba puesta y recordó la noche anterior. Él había llegado muy tarde del bar y la encontró sentada en la mesa, con velas encendidas y las mejillas manchadas de negro por el maquillaje corrido de los ojos. Le había parecido estúpida, allí sentada, mirándolo con esa cara. Él estaba cansado y había bebido un poco. Gritó. Pero no más de lo normal. Él ya había comido. Apagó las velas y fueron a la cama.

Paul empezó a inquietarse cada vez más. ¿Y si se la han llevado? Nunca iría a ningún sitio sin su viejo abrigo, sin decirle nada antes. Volvió al recibidor y cogió el abrigo. Se lo acercó para olerlo pero ese olor no le decía nada. Corrió a la habitación y miró en el armario. La ropa de ella no estaba. Con rabia se acercó a la cama y empezó a arrancarle las sábanas, como si ella pudiese haberse escondido entre sus pliegues. Y entonces lo vio.

Era un pequeño sobre verde que había caído del colchón. No debía haberlo visto antes. Lo abrió y con la pequeña y concienzuda letra de Marla leyó: “Estoy embarazada. No quiero que vengas a buscarme pero he pensado que querrías saberlo. Adiós Paul.”

El abrigo rojo aún estaba en el suelo y Paul lo miró sin entender nada. No sabía como podía haber salido Marla sin su abrigo, ni se le ocurrió pensar que quizás por fin, ella había comprado uno nuevo.